EL TERRENO

El cielo está gris y a pesar de todo, puede que sonrías. Existen nubes, con el contorno bien marcado que consiguen ilusionarte por si quieres saltar sobre ellas. Son de ese tipo de nubes con las que podrías perder el tiempo y no enterarte de que el reloj sigue corriendo en tu contra. Puede que si descansas tu espalda sobre el suelo, encuentres en forma de inocente fantasía los monstruos que con seis años creíste escondidos debajo de tu cama o en el fondo del armario. Pero puede que ahora mismo estés situado en otro tipo de escenario. La gravedad no actúa sobre ti y tus pies ya no son de plomo. Podrías no llevar ropa y no sentirte desnudo desde allí arriba donde ves a todos los demás pequeños. Sentirte director, no actriz; ser titiritero y poder cortar los hilos. Sacarías de entre la espuma blanca el catalejo y mirarías abajo con superioridad, porque estás más alto. ¿Te has fijado que las espigas parecen las trenzas de una niña? Es como si una madre le hubiera acariciado las ondas rubias mimándola, cuidando el fruto perfecto. Observa bien porque me ha parecido escuchar que el viento está cantando canciones mientras sopla entre los rubios mechones de la tierra, y dos jóvenes que iban de la mano se han parado a escuchar. Canta canciones de los hombres que trabajan la tierra. Del sudor, que aparte del agua, termina de germinar la semilla cada año. El estribillo es sobre la fauna que merodea entre los tallos y se nutre. Los nuevos niños que cada año posan sus pies descalzos sobre el sembrado. Me ha parecido oír a un pájaro piar en el puente musical y un trueno cuando creía que la melodía había terminado. Pasaría horas desvelándote que el campo se encuentra en guerra entre la vida y mucha más vida. La historia sólo la cuentan los fuertes y a veces, ni siquiera. Oda a todos aquellos que cuidan de la pureza natural. A los que pasean sin hacer daño y a todos aquellos que se encuentran en las nubes, cuando la tierra húmeda, les besa los pies.