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AUTOBIOGRAFÍA

  • Foto del escritor: blogcomoaguayaceit
    blogcomoaguayaceit
  • 1 oct 2018
  • 2 Min. de lectura

Mi nombre es María. Nací en febrero del 98 en Ávila. Sí, ciudad de santos y cantos, pero ni yo soy una santa y, una vez que el asfalto fue descubierto, tampoco hay mucho canto por las calles de mi ciudad. Lo que sí puedo asegurar es que en Ávila hace frío. Mucho, y, no puedo negarlo, me encanta. Me encanta disfrazarme de cebolla cada día hasta casi bien entrado mayo y sentirme desnuda en cualquier sitio cuando tengo que quitarme el abrigo.Como ahora. Desnuda ante las teclas del ordenador, quitándome las capas una a una.

Soy la mayor de tres hermanos. Chicos, y sí, con ellos tengo el síndrome del hermano mayor: proteger a los míos incluso de mí misma. Quizá por eso a veces, un monstruo verde viene a verme, y no deja que nadie me cuide, pienso que puedo hacerlo yo sola (aunque no muy bien).

Me enamoré del periodismo el día que mi padre, un hombre de iglesia, encontró en mí algo que fue muy suyo: su antigua libertad y su letra. Me regaló un libro de Pablo Neruda, tan libre como él o como yo. Simplemente, tenía 10 años. Mi madre, también lo era, es algo obvio, pero siempre se ha limitado a observar desde el umbral de la puerta y curar con besos y abrazos cuando ni siquiera yo misma me atrevía a pedir una tirita.

Me gusta hablar. Muchísimo. Contarles a todos todo, pero preferiblemente escribiendo. Esa siempre fue mi mayor pasión junto con la música. Quizá por eso siempre me gustó mucho ir al colegio. Dejarme empapar por todo, asumirlo y después contar lo que había aprendido. A pesar de ello, era guerrera. Las clases casi hasta la ESO, las escuchaba desde la esquina de atrás de clase. Quizá también por eso intenté escapar de las garras del periodismo en 2º de Bachillerato, equivocándome una vez más de tantas (como todos) por ponerme bruta. Pero como siempre, mi yo fuerte a punto de tocar el suelo, fue elevado de nuevo por mis padres, que me han arrastrado hasta el día de hoy.

No puedo contar nada más porque yo sólo soy una colcha hecha de remiendos: de amor, de sencillez, de esperanza, de vocación... creada por mi familia, mis amigos, mis miedos y a la que, por supuesto, aún le quedan muchos remiendos por hacer.

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