PIEDRAS EN MI TEJADO
- blogcomoaguayaceit
- 25 nov 2018
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 17 dic 2018
El otro día hablé de equivocarse a niños que se van a equivocar. Me miraban con la arrogancia e incredulidad con la que solo puedes mirar cuando sabes que nada de eso te va a pasar a ti. Fue como mirarse en el espejo y recordarme sentada en esos mismos pupitres y sillas cuando miraba del mismo modo a la gente que me daba charlas sobre vocación, errores y fracasos. ¿En qué momento me he convertido yo en una persona así? ¿Con qué edad te dan el carnet para que puedas contar a los demás algo que puede hacerles aprender?
Hablé de que equivocarse no es un fracaso, y sólo tengo veinte años. Si por una nimiedad como es cambiar de carrera para ser feliz se me permite dar una "mini masterclass", no quiero imaginarme cuando tenga cincuenta años... ¡Barra libre! Pensé en mis abuelos, ochenta años, y ahí están. No sé qué esconderán debajo de esas arrugas, pero convencida estoy de que si abrieran la boca, comenzarían una revolución.
Hablé de disfraces, de máscaras, de personalidad, de carácter y de miedo. La clave de la cuestión es el miedo. Cuando tomé la decisión de dar un volantazo a mi vida se coló por todos mis poros. La sangre se me heló y el corazón no encontraba la puerta para salir, pero lo intentaba. Era miedo a enfrentarme a la sociedad y a mi familia. A admitir que me había equivocado y que me estaba empezando a romper lentamente. Pero sobre todo miedo a enfrentarme a mí misma, a concederme una nueva oportunidad y volver a tener ganas de equivocarme y rectificar.
Y esto, me ha hecho pensar mucho. El miedo se ha colado en el centro de la discoteca y todos bailamos a su alrededor pero no nos atrevemos a quitarle el puesto. Por miedo, estamos perdiendo mucho tiempo de nuestra juventud. Tiempo de salir a la calle, de protestar, de luchar contra todo y contra nosotros mismos. Me pregunté "¿Por qué?" y se apagaron las luces. Pensé que no deberíamos intentar abarcar el centro de la discoteca sino bailar con el miedo. Es la única manera de cansarle y conseguirnos.
El miedo a equivocarnos forma parte de nuestra naturaleza animal. No hay día que no asome la cabeza y se coloque en nuestro hombro. Pero equivocarnos es la única manera de aprendernos y conocernos. Aunque por costumbres, volvamos a tropezarnos con la misma piedra.
Digo esto porque volveré a equivocarme. De hecho, cada día pierdo la cuenta de los errores que cometo y me da pavor hundirme con ello. Temer al monstruo en el que nos podemos convertir no aceptando la errata. Pero quizá también es lo que necesitamos, fallar, caernos y encontrar una razón por la que continuar habiendo aprendido.
Estoy segura de que ahora mismo miro con la misma cara que esos niños a personas mayores que intentan advertirme de posibles casos de derrota vital, pero por el momento espero poder seguir regalando mis memorias y llenándome la boca de la mezcla de vinagre y azúcar que esconden los ojos de aquellos que aún no tienen heridas en las rodillas.
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